lunes, 1 de septiembre de 2008

Todos Estamos en el Mismo Barco

La llegada de aquel mensaje misterioso de Pepi, de recursos Humanos, convocándonos a las unas jornadas de: “Conocimiento y Convivencia” de la empresa, fue el comienzo de todo. No éramos pioneros, varios grupos habían vivido ya esa experiencia, pero, esta vez, era distinto. En el mensaje se decía: “La actividad de grupo se realizará al aire libre; es recomendable llevar ropa cómoda y que no os importe que se manche, y si queréis y os atrevéis podéis utilizar bañador”. Y esto me resultaba inquietante...

De nada sirvió mi mensaje para sonsacar información a Pepi: “Hola Pepi: Me gustaría saber a qué te refieres con lo de la ropa: ¿Se va a poder lavar luego o es posible que se estropee? Un saludo”. Imposible, era una tumba. Así que, me convencí de que, se habría “abierto la veda” del uso de la piscina del hotel y habría alguna prueba en la dinámica de grupos que necesitaría de un voluntario para meterse en la piscina. Aunque la idea de que mis compañeros me vieran en bikini me resultaba poco atractiva, (todo el mundo sabe que el primer baño del verano es un poco traumático) metí en mi maleta uno. Luego pensé, que era mejor meter dos, y más tarde, que no servía de nada llevar bikini sin llevar una toalla, una bolsa y un vestido playero.

Una vez allí durante la hora de la comida, nos dijeron que nos pusiésemos la “ropa informal”. He de aclarar que, de “zapatos informales” no se decía nada. Yo seguí con mi estrategia de saber algo más del incierto futuro que nos esperaba y le pregunté a Pepi si hacía falta toalla. “No creo, pero llévatela por si acaso”. Nada, no había manera. Así que, decidí ponerme el bikini debajo de la ropa y meter en la bolsa la toalla, el bikini de repuesto y el vestido playero, con riesgo de terminar haciendo el ridículo soberanamente, pues era la única que lo llevaba.

Nuestras actividades eran una especie de “gymkana” en el club de piragüismo de Aranjuez, al lado del río. Yo, que no me imaginaba aquello, me había llevado unas sandalias de plataforma, nada indicadas para andar por las orillas de un río. Pensé que, si se me enganchaba una garrapata y me daban unas fiebres de esas malísimas, al menos, se consideraría enfermedad laboral y decidí hacer “de tripas corazón”.

Todo iba perfecto hasta que hubo que montar en la canoa. Sacaron un montón de chalecos salva-vidas y a mí se me cambió la cara. ¡No os preocupéis, hay que hacer mucho el indio para que se vuelque la canoa!,nos dijo un monitor. El problema era que, ¡De indios, ya íbamos! La temática de los juegos era esa. Dudé entre los colores de los chalecos que había, pero, finalmente, fui práctica y escogí uno de los chalecos de adulto, el último que quedaba, a pesar de que estaba mojado. Iba a meterme en la canoa, cuando tuve una visión de mí misma, nadando en el río con aquellas sandalias y decidí quitármelas.

Bueno... todo el grupo en sus puestos... ¡Un momento! A última hora, se nos añade un tripulante. Era el Jefe indio Antúnez, director de recursos humanos, dispuesto a coordinarnos de manera eficiente. “¡Vamos! ¡Más deprisa! ¡Qué os torcéis! ¡Venga!... ¡Hay que abordar a esa canoa!” A la vuelta del recorrido, genial idea: “¡Vamos a hacer una carrera!” (¡craso error!..) Muy bien, pues ahí vamos dispuestos todos, con nuestros compañeros mirando como si estuviéramos locos, adelantando a una canoa, a otra, cada vez creciéndonos más... hasta que...de repente... aparece una rama cruzando por la rivera izquierda y nosotros vamos directos a ella ¡Díos mío!. Hay quien dice que en un momento como este le pasa la vida de principio a fin, pero yo, sólo podía pensar en la boda que tenía ese sábado y en que, si esa rama me cruzaba la cara iba a parecer “el Cristo de los Faroles”. Ni el maquillaje más sofisticado me sacaría de esta. Intenté esquivarla apretando mi cara en el cuerpo de mi compañero preparándome para sufrir el impacto... pero... extrañamente, el impacto no fue contra la rama, si no, ¡contra el agua! Con mi chaleco de “adulto”, caí al agua como los gatos, sin mojarme la cabeza, como una boya. A pesar de ese agua turbia y caldosa (aún era junio), que me inquietaba ligeramente, me sentía inmensamente feliz ¡mi cara no había sufrido daño alguno! ¡Estaba salvada para la leer, con la cabeza bien alta, en la boda!

Una vez superada la euforia inicial, nos pusimos a valorar los daños: mi compañera Leticia, en un acto de supervivencia, tuvo que elegir entre salvar las manoletinas o las gafas y, a pesar de que las gafas eran un diseño exclusivo, ¡salvó las manoletinas! Porque... queridos compañeros, en esos momentos críticos, lo material carece de importancia. Carlos, abrió su cartera, en la que se podía ver unas foto de sus niños y unos cuantos billetes, chorreando agua... ¡Y lo peor! La cara de apuro de un monitor, achicando agua y diciendo que NUNCA les había pasado algo así.

Al final, todas y cada una de las previsiones que hice, me sirvieron para algo. Vamos, que si hubiese habido un premio al “mejor meiga”, me lo hubiese llevado yo sin duda alguna.

Hay quien echó la culpa a Isidoro Antúnez de lo sucedido. Parece ser que, el hecho de tener a alguien de pie en la parte de atrás de la embarcación, esquivando una rama de gran tamaño, es incompatible con que ésta se mantenga a flote. Yo, inculta naval, no puedo opinar al respecto. Lo que si digo es: en un proyecto empresarial, en el que, existe un grupo de trabajo formado por personal multidisciplinar (ocho remeros) de todas las direcciones de la empresa, con un objetivo ambicioso (ser los primeros), que pega un vuelco inesperado (y tanto), perdiendo los recursos (remos) para seguir en él, quedando inaccesible su lugar de trabajo (canoa), y sumergido en un ambiente hostil de negro futuro (mas que negro, verde. Verde Tajo) dónde se siente indefenso ¡Algo tendrá que decir al respecto el Director de Recursos Humanos! (Vamos, digo yo).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajaja... “el Cristo de los Faroles”.

Dany dijo...

¡ME PARTO LA CAJA CON TU BLOG, PRIMA!! ¡Qué graaaande!! jajajajaj No se te ocurra dejar de escribir, por favor.Un montón de besos transoceánicos, y gracias por amenizarme la estancia

dany

Treinta Abriles dijo...

Gracias, guapo. Me alegro que te haya gustado.