domingo, 28 de septiembre de 2008

Que Se Te Pasa El Arroz

Soltera, más de treinta y con pareja estable… ¿Cuál pensáis que es la frase que más veces oyes en el marco de tu vida social?. Exacto: “¡Que se te pasa el arroz!

En realidad, la mayoría de las veces, tu sutil “sexto sentido” conoce el verdadero significado de estas palabras, que, lejos de ser bienintencionadas, encierran una maldición: “Tú, sigue. Sigue, sigue durmiendo hasta las tantas. Sigue realizando viajes maravillosos en septiembre, en vez de sufrir la vuelta al cole. Sigue con tu vida independiente y tus gustos culturales. Sigue con tu carrera profesional y esa ajetreada vida social… porque… pronto lo pagarás caro. ¡Nunca podrás ser madre! Ja, ja , ja, jaaaaaaaaaaaaaa”

Ya dije que, para mí, el “instinto maternal” va mucho más allá del mero hecho de parir tus propios hijos. Una puede cuidar al niño de una amiga toda la tarde, poniendo lo mejor de ella misma: su dinero, su tiempo, su creatividad, su alma... Protegiéndole con su propia vida si fuese necesario. Pero con la salvedad de que, esa noche, podrá dormir de un tirón y su madre no.

Recuerdo una entrevista de Lucía Bosé, en la que decía algo que me sorprendió bastante. Ella, en contra de lo “políticamente correcto en una madre” decía que, la familia de uno, son sus padres y sus hermanos, no sus hijos. Uno, como padre, es la familia de sus hijos, pero no al revés. Además, contaba la anécdota de cómo el médico que le asistía en cada parto, le decía siempre la misma frase: “Acabas de meter a un extraño en tu casa”.

Nadie se atreve a decir que, un bebé recién nacido, sangre de tu sangre, es un extraño, pero en realidad, así es. Una nueva personita con sus defectos, su carácter y sus incompatibilidades con la otra persona que eres tú. De ahí, que mi prima de pequeña desconcertase a su madre preguntándole: “Mamá, y si tengo un hijo y me cae mal, ¿Qué hago?” Ante tal aprieto, sólo había una, inocente y predecible, posible respuesta: “Es que eso es imposible, nunca podría pasar”.

Superado el tabú, una puede permitirse explorar otras posibilidades, como la adopción… si no tuviese pareja. Y es que, no olvidemos que, si de nosotras es el instinto maternal, de ellos es el interés de que sus genes se perpetúen por la eternidad:

- Oye, cariño, tu adoptarías un niño.
- ¿Adoptar?
- Si, un hijo sin partos, cesáreas y estrías…
- Pueeeeeeeeeeeeeeeesssssssssss… no sé… no me lo había planteado. ¡Pero si tener un hijo es una bendición! Todos los esfuerzos reconfortan al final.
- Ya, seguramente. Pero imagina que no pudiese ¿Adoptarías?
- Bueeeeeeeeeeeeeeeeenoooooooooooooo. Supongo que sí.
- Imagínate: Una chinita, o una rusita, o un niño del Sahara…
- ¿Y no podría ser de aquí?
- Sí, claro. Pero imagina que llevamos varios años y no hay ninguno. ¿Adoptarías?
- Supongo que sí…
- O varios… como Brad Pit y Angelina Jolie… ¡Fíjate que diversidad de culturas dentro de una sola familia! ¡Y qué monos que salen en las revistas!
- Vale, vale… pero primero lo intentamos nosotros…
- ¡Vaya! ¡Me lo temía! ¡Ya salió la vena de “macho alfa”!

domingo, 14 de septiembre de 2008

Mi Amiga Lesbiana

No voy a negar que, conocer que mi amiga Conchita (miss urbanización con piscina en las afueras) ahora vivía en Chueca y que, su pareja era otra mujer, fue difícil de asimilar. No por su condición sexual, sinceramente, si no, porque, si ella, musa de todos los hombres en mi juventud, se cambiaba de acera, ¿No se cimbrearían los cimientos en los que se apoyaba la heterosexualidad del resto del grupo de amigas?

Parece ser que, la última vez que “se encontró a sí misma”, había decidido que vivir en el centro de la ciudad, era lo más cómodo, y “salir del armario”, lo que le devolvería la esencia de lo que ella, realmente era. Bueno, algo así me había contado.

Acababa de despedirme de ella y de su pareja. Las dos habíamos quedado “con bicho”, ese día, más que nada, para presentarme ella al suyo. Ahora, iban a visitar una exposición de arte. “Su bicho” es arquitecta de prestigio. Ambas son unas enamoradas de este tipo de cosas.

- ¡Pobre Conchita!
- ¿Por qué dices eso?
- Puesssssssssssssssssss, No sé. Por su nueva vida.
- ¿Qué tiene de malo?- Por un momento, temí el comentario de mi viril y atractiva “media naraja”.-
- Puesssssssssssssssssss, No sé. Que no podrá tener niños de su propia pareja, por ejemplo. Supongo que siempre será mucho más satisfactorio engendrar un hijo de la persona con la que compartes la vida.


¡Criatura! Los hombres siempre empeñados en pensar que el “instinto maternal” se refiere a querer parir los hijos de tu pareja, cuando, es mucho más que eso. Es un instinto de protección al pequeño, al indefenso, somos defensoras del “futuro”, el “mañana” reposa en nuestras manos… No hay más que ver cómo una perra recién parida, por ejemplo, es capaz de amamantar a unos gatitos como si fuesen suyos, embebida por su “instinto maternal”. Una mujer no necesita de parir para ser madre, pero ellos nunca lo aceptarán porque, perderían su papel de padres-engendradores.

- Bueno y porque… siempre dará más equilibrio a la pareja el que haya un hombre y una mujer… polos opuestos, complementarios…

¡Por Dios! No estoy segura de este topicazo ¿quién inventó esta barbaridad? ¿Quiere decir esto que, cuanto más opuestos, más atracción? ¿Por qué entonces no se ven saltar chispas en la calle cuando se cruzan un okupa y una ejecutiva agresiva que vuelve de pilates? ¿O un torero y una antitaurina? ¿O un gañán con Ana Rosa Quintana?. No sería mejor parecerse lo máximo posible? Además… ¿Qué es eso de complementarios? No quiero que me complementen, preferiblemente, que me refuercen en la parte que ya tengo.

Mi novio lleva rato hablando solo.

- Por cierto, ¿qué hora es?
- Las nueve ¿Por qué?
- Porque hoy juega el Madrid… ¡Vamos! No quiero llegar a casa con el partido empezado…


¡No me lo puedo creer! ¡Otra vez! ¿No se dan cuenta estos del fútbol del daño que hacen a las familias españolas y a la vida en pareja? Y… como decía mi abuela: “Que hacen hombres hechos y derechos jugando a la pelota en pantalón corto. ¿Es que no les da vergüenza, con todo lo que hay por hacer en el mundo? ¿No podrían hacer algo de provecho?”

Mientras me cuenta los pormenores del partido, vuelvo la cabeza. Conchita y su novia, suben la calle en dirección al “Círculo de Bellas Artes”, abrazadas… Mientras se alejan, imagino como sería tener una pareja que me llevase a ver una exposición de arte y luego a cenar, pasando del fútbol, con tus mismos gustos, con quien poder cambiarte la ropa, los complementos, el maquillaje, con su propio bolso donde meter los CD’s que se acaba de comprar, que no le importe ir de compras contigo, que te aconseje con sinceridad de lo que te pruebas, no para irnos lo antes posible de la tienda, que conozca verdaderamente tus gustos como mujer…

Está claro. Conchita siempre ha ido un paso por delante de las demás…

lunes, 1 de septiembre de 2008

Todos Estamos en el Mismo Barco

La llegada de aquel mensaje misterioso de Pepi, de recursos Humanos, convocándonos a las unas jornadas de: “Conocimiento y Convivencia” de la empresa, fue el comienzo de todo. No éramos pioneros, varios grupos habían vivido ya esa experiencia, pero, esta vez, era distinto. En el mensaje se decía: “La actividad de grupo se realizará al aire libre; es recomendable llevar ropa cómoda y que no os importe que se manche, y si queréis y os atrevéis podéis utilizar bañador”. Y esto me resultaba inquietante...

De nada sirvió mi mensaje para sonsacar información a Pepi: “Hola Pepi: Me gustaría saber a qué te refieres con lo de la ropa: ¿Se va a poder lavar luego o es posible que se estropee? Un saludo”. Imposible, era una tumba. Así que, me convencí de que, se habría “abierto la veda” del uso de la piscina del hotel y habría alguna prueba en la dinámica de grupos que necesitaría de un voluntario para meterse en la piscina. Aunque la idea de que mis compañeros me vieran en bikini me resultaba poco atractiva, (todo el mundo sabe que el primer baño del verano es un poco traumático) metí en mi maleta uno. Luego pensé, que era mejor meter dos, y más tarde, que no servía de nada llevar bikini sin llevar una toalla, una bolsa y un vestido playero.

Una vez allí durante la hora de la comida, nos dijeron que nos pusiésemos la “ropa informal”. He de aclarar que, de “zapatos informales” no se decía nada. Yo seguí con mi estrategia de saber algo más del incierto futuro que nos esperaba y le pregunté a Pepi si hacía falta toalla. “No creo, pero llévatela por si acaso”. Nada, no había manera. Así que, decidí ponerme el bikini debajo de la ropa y meter en la bolsa la toalla, el bikini de repuesto y el vestido playero, con riesgo de terminar haciendo el ridículo soberanamente, pues era la única que lo llevaba.

Nuestras actividades eran una especie de “gymkana” en el club de piragüismo de Aranjuez, al lado del río. Yo, que no me imaginaba aquello, me había llevado unas sandalias de plataforma, nada indicadas para andar por las orillas de un río. Pensé que, si se me enganchaba una garrapata y me daban unas fiebres de esas malísimas, al menos, se consideraría enfermedad laboral y decidí hacer “de tripas corazón”.

Todo iba perfecto hasta que hubo que montar en la canoa. Sacaron un montón de chalecos salva-vidas y a mí se me cambió la cara. ¡No os preocupéis, hay que hacer mucho el indio para que se vuelque la canoa!,nos dijo un monitor. El problema era que, ¡De indios, ya íbamos! La temática de los juegos era esa. Dudé entre los colores de los chalecos que había, pero, finalmente, fui práctica y escogí uno de los chalecos de adulto, el último que quedaba, a pesar de que estaba mojado. Iba a meterme en la canoa, cuando tuve una visión de mí misma, nadando en el río con aquellas sandalias y decidí quitármelas.

Bueno... todo el grupo en sus puestos... ¡Un momento! A última hora, se nos añade un tripulante. Era el Jefe indio Antúnez, director de recursos humanos, dispuesto a coordinarnos de manera eficiente. “¡Vamos! ¡Más deprisa! ¡Qué os torcéis! ¡Venga!... ¡Hay que abordar a esa canoa!” A la vuelta del recorrido, genial idea: “¡Vamos a hacer una carrera!” (¡craso error!..) Muy bien, pues ahí vamos dispuestos todos, con nuestros compañeros mirando como si estuviéramos locos, adelantando a una canoa, a otra, cada vez creciéndonos más... hasta que...de repente... aparece una rama cruzando por la rivera izquierda y nosotros vamos directos a ella ¡Díos mío!. Hay quien dice que en un momento como este le pasa la vida de principio a fin, pero yo, sólo podía pensar en la boda que tenía ese sábado y en que, si esa rama me cruzaba la cara iba a parecer “el Cristo de los Faroles”. Ni el maquillaje más sofisticado me sacaría de esta. Intenté esquivarla apretando mi cara en el cuerpo de mi compañero preparándome para sufrir el impacto... pero... extrañamente, el impacto no fue contra la rama, si no, ¡contra el agua! Con mi chaleco de “adulto”, caí al agua como los gatos, sin mojarme la cabeza, como una boya. A pesar de ese agua turbia y caldosa (aún era junio), que me inquietaba ligeramente, me sentía inmensamente feliz ¡mi cara no había sufrido daño alguno! ¡Estaba salvada para la leer, con la cabeza bien alta, en la boda!

Una vez superada la euforia inicial, nos pusimos a valorar los daños: mi compañera Leticia, en un acto de supervivencia, tuvo que elegir entre salvar las manoletinas o las gafas y, a pesar de que las gafas eran un diseño exclusivo, ¡salvó las manoletinas! Porque... queridos compañeros, en esos momentos críticos, lo material carece de importancia. Carlos, abrió su cartera, en la que se podía ver unas foto de sus niños y unos cuantos billetes, chorreando agua... ¡Y lo peor! La cara de apuro de un monitor, achicando agua y diciendo que NUNCA les había pasado algo así.

Al final, todas y cada una de las previsiones que hice, me sirvieron para algo. Vamos, que si hubiese habido un premio al “mejor meiga”, me lo hubiese llevado yo sin duda alguna.

Hay quien echó la culpa a Isidoro Antúnez de lo sucedido. Parece ser que, el hecho de tener a alguien de pie en la parte de atrás de la embarcación, esquivando una rama de gran tamaño, es incompatible con que ésta se mantenga a flote. Yo, inculta naval, no puedo opinar al respecto. Lo que si digo es: en un proyecto empresarial, en el que, existe un grupo de trabajo formado por personal multidisciplinar (ocho remeros) de todas las direcciones de la empresa, con un objetivo ambicioso (ser los primeros), que pega un vuelco inesperado (y tanto), perdiendo los recursos (remos) para seguir en él, quedando inaccesible su lugar de trabajo (canoa), y sumergido en un ambiente hostil de negro futuro (mas que negro, verde. Verde Tajo) dónde se siente indefenso ¡Algo tendrá que decir al respecto el Director de Recursos Humanos! (Vamos, digo yo).