sábado, 29 de noviembre de 2008

La Superstición India

Los mercaderes indios, tienen una superstición muy curiosa. Consiste en creer que, si la primera persona que entra en su tienda, ese día, les compra, eso atraerá su suerte y tendrán muchos clientes que visitarán su tienda, ávidos por comprar. Por eso, muchos turistas, conocedores de esta creencia, madrugan para tener la licencia de regatear hasta un precio más bajo que el resto de las personas que decidan, posteriormente, entrar al mismo local.

Un psicólogo os diría, que esta conducta, es “ligeramente obsesiva”, parecida a aquellas personas que comprueban tres veces que han cerrado la espita del gas, o que han cerrado la puerta, pero, decir que todo el colectivo de mercaderes indios padecen esta anomalía psicológica, me parece mucho decir.

Yo sin embargo, voy mucho más allá. No sólo el día, también cómo se empieza un año o como se estrena un trabajo, o como se empieza la vida misma, determina como irán aconteciendo todos tus avatares.

Y así me explico yo, que siempre llegue a destiempo a todo… Nací al final del “Baby Boom” lo que significa que, a Dios gracias, que había sitio en los colegios públicos para nosotros. El “cole” de mi generación siempre estaba a reventar, nada que ver con las sofisticadas aulas de ahora. Como éramos tantos, no había dinero ni para comprar juguetes, así que, jugábamos con un bote de judías, garbanzos y lentejas, que ya me explico yo la afición al “monopoly”, al mus y a las cartas en general… visto lo visto…

En el instituto teníamos clases de informática, si, pero estábamos cuatro en un ordenador, que terminabas el año sin saber hacer un “copy-paste” porque el espabilado de turno que su padre le regaló un spectrum, ya se encargaba de no dejarte tocarlo porque “eras muy lento”.

¿Y cuando llegamos al mundo laboral? Pues que estaban todos los puestos dados. Claro, es lo que tiene llegar el último, que te tocan las migajas, lo que el resto del “Baby Boom” no había querido.

Y ahí no termina todo: compro piso justo antes de estallar la burbuja inmobiliaria, compro los muebles justo antes de que todas las tiendas se pongan en liquidación, compro los electrodomésticos justo antes de que aparezca el plan renove

Y es que… ¡No me digas que no es justo! ¿De cuántas cosas me habrá privado la vida sólo por no haber nacido en el momento adecuado? Quizá podría haber tenido una vida de novela, haber sido la mujer de un diplomático y haber viajado por todo el mundo, o la musa de un exitoso artista, o disfrutar de una vida envidiable y envidiada, casada con un afamado arquitecto. O podría haber sido otra Madame Curie de la ciencia, una Emilia Pardo Bazán o la nueva Mary Quant de la moda. Estoy tan concentrada y compungida, que apenas me doy cuenta de que una lágrima rueda por mi mejilla.

- ¿Te pasa algo, Cariño?
- ¿No has tenido la sensación de que nunca tendrás lo que quieres, por causas ajenas a ti?
- No sé… Vivo con la mujer que quiero
- No es eso. Es…
- ¿Cuándo te bajo "el periodo" por última vez?


Este comentario te enerva. ¿Por qué los hombres piensan siempre que tu estado de ánimo es culpa de tu síndrome premenstrual?. ¡Vaya falta de empatía! Pero te cabreas mucho más, cuando al mirar por el rabillo del ojo el calendario, te das cuenta que tiene razón.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Tarde de Domingo

Uno de las mayores fuentes de información que existen, son los cafés a media mañana en el trabajo. Sin ellos, andarías como perdido, ajeno al mundo, aislado de resto de los mortales y del conocimiento humano:

- ¿Recuerdas esa chica que estuvo dos semanas trabajando con nosotros hace dos años?
- No.
- Si, mujer, esa que vestía como antes de la guerra, que el año pasado se lió en la copa de Navidad de la Empresa con uno de Finanzas.
- No. No me acuerdo.
- Si, mujer, ese chico moreno que estaba casado con una azafata de Iberia y que por aquel entonces se dejaron, aunque cuentan que hubo “solapamiento” entre esta y la otra.
- Pues no. No caigo.
- ¡Ay hija! ¡Es que estás en el mundo porque tiene que haber de todo! Bueno, da igual. Pues su mejor amiga, se ha dejado después de tres años de relación y dos de hipoteca.
- ¡Madre mía! ¡Y cómo están los pisos ahora!
- Pues sí. Parece ser que llevaban dos domingos sin salir, metidos en casa viendo la tele.
- ¡Ah! ¿Y eso es malo?
- ¿Que si es malo? Ya sabes que no tengo pareja estable desde hace… Bueno… que yo creo que es malísimo. Que una vez… pase, pero dos domingos… eso es la antesala de la rutina, que la pasión se ha acabado, vamos. Y la rutina mata el amor y te lleva a la apatía, que ya no sabes si estás porque estás o por cariño o porqué y el tiempo pasa y de repente tienes cincuenta años y estás fuera del mercado al lado de un vampiro que te ha chupado la energía y la juventud. Y ya es tarde…


Mientras habla, tengo los labios sellados… y asiento mecánicamente, como esos perritos de las bandejas de atrás de los coches, que tan de moda estuvieron es su día.

Así que, después de calentarme el resto de la semana, cuando llega el domingo y mi novio se dispone a sentarse en el sofá después de comer, me levanto y le digo que ¡ni hablar! Que ya no hacemos nunca nada romántico, que se está acabando la pasión y el amor y todo y que hemos entrado en barrena irremediablemente y esto se va a pique si no actuamos rápidamente y que, aprovechando que encienden los adornos navideños, vamos a hacer como cuando estábamos en la ”fase cero” de la relación y nos íbamos de la mano a ver el derroche ingente de energía empleado para tal fin. ¡Ah! Y que no es negociable.

Extrañado, levanta las cejas y accede sin atreverse a decir nada más.

Así que, me arreglo para la ocasión en un intento desesperado por hacer funcionar de nuevo nuestra relación sacando la artillería pesada: el vestido de punto con el que dice siempre que estoy muy sexy, las pinturas de guerra y las botas de taconazo de aguja. Esperemos que eso sea suficiente para volver, al menos, a la “fase uno” de la relación.

Decidimos ir al centro en autobús, porque estos días es una locura sacar el coche y porque las calles iluminadas miradas desde la ventanilla, acurrucada en su pecho, es una imagen muy tierna que siempre sale en las películas sensibleras que hablan de amor.

Recuerdo haber estudiado en la universidad que, la espera en la parada del autobús, sigue una “distribución de Poisson”, pero, lo que no sabía era que, un domingo, vísperas de Navidades, a las cuatro de la tarde, tendía a infinito. Encima, hace un frío horrible y el cielo blanco como la nieve (nunca mejor dicho). En el momento de sentarme en el banco de la marquesina me arrepiento de haber salido de casa, pero no puedo sucumbir ahora, eso sería letal…Así que, decido levantarme y moverme un poco para aguantar el frío.

Ninguno de los dos habla. Más que por nuestra rutina de pareja, porque el frío corta la cara y ni ganas quedan de abrir la boca.

Los pies se me están quedando helados y las botas de “lujo y pasión” me están destrozando los pies. Después de haberme perfilado los labios, me niego a taparme la boca con la bufanda ¡Hay que resistir dignamente! Y no puedo dar mi brazo a torcer ahora.

En la universidad también aprendí la ley de Murphy que dice «Si algo puede salir mal, saldrá mal», con sus corolarios y esto es lo que me viene a la mente cuando empiezo a divisar una especie de plumillas que bajan como meciéndose, desde el cielo… ¡Está nevando!

De reojo miro a mi pareja, mientras hace esfuerzos incalculables por conservar su temperatura corporal. Me duele la garganta y accedo a taparme, estropeándome así el maquillaje. Da lo mismo, mi nariz está colorada y fría y debo estar horrible. Me iría ahora mismo si no fuese porque la idea ha sido mía y por la vehemencia con la que he defendido mis argumentos para nuestra “tarde de domingo romántica”.

De repente, mi novio estornuda. ¡Eso si que no! Si se constipa se pone pesadísimo: “Tengo fiebre. Me encuentro mal. Ponme el termómetro…”. Toda la noche tosiendo y quejándose, con vapores de cebolla para la congestión y apestando a "Vicks Vaporub".

- ¡Pero cariño! ¿Tienes frío?
- Un poco.- Dice con voz lastimera-
- Pues nos vamos a casa ahora mismo, que no quiero que te pongas malo…

Volvemos a casa. Después de tomarnos un vaso de leche caliente, nos sentamos cada uno a una punta del sillón. Él enciende la PSP y yo el portátil. Eso sí, en defensa de nuestro amor diré que nos arropa la misma manta.